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Despues de la conquista, la casi totalidad de las naciones americanas entró de lleno en el período de colonizacion. Con la caída de Motezuma el poderoso imperio mejicano quedó de hecho sometido a la dominacion española, y en el Perú, muerto Atahualpa, ya los invasores no tuvieron nada que temer de los antiguos hijos del sol.

La lucha constante, por el contrario, en que vivieron en este país los españoles, el peligro diario en que sus vidas se hallaron por la resistencia indomable de un pueblo salvaje pero que profesaba el culto de su libertad, dió orijen en el pasado a una série de escritos que marcan toda nuestra literatura colonial con un sello característico. Interesados, en efecto, en recordar las esperiencias del pasado para resguardarse de los peligros que podia ofrecerles el porvenir, se dedicaron con raro teson a escribir la crónica de los sucesos de las guerras de Arauco.

Algunos de los mismos conquistadores nos legaron otras apreciables, y mas tarde, cuando la tranquilidad se hubo afianzado un tanto, hombres de otra profesion encontraron medios de celebrar las hazañas que habian tenido por teatro el país en que vivieron.

Ha resultado aquí un conjunto de libros, que si bien estimables en muchos puntos y que es siempre conveniente consultar, especialmente cuando sus autores refieren sucesos propios o de sus contemporáneos, adolecen, sin embargo, de defectos graves.

Muchos españoles y americanos, dice el cronista Carvallo y Goyeneche,

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escribieron sobre la conquista de Chile. Corre un excesivo número de impresos y manuscritos. Se nota en ellos tan monstruosa variedad en unos mismos hechos, trascendental hasta en el órden cronolójico, que no hay arbitrios para conciliarlos. Escribieron unos siguiendo relaciones sueltas de los hechos que cada uno refiere, o segun lo que vió, o adhiriendo a su pasion, o con referencia a la mas o ménos parte que tuvo en la accion. Otros tomaron la pluma para decirnos lo que oyeron a los indios, y conducidos, ya del odio a la nacion conquistada y ya a la natural propension que tiene el hombre a disculpar sus excesos, aunque sea en perjuicio del honor ajeno, falsamente criminaron la conducta de los conquistadores y denigraron la de otros jefes que les subrogaron, sin que su maledicencia perdonanara lo sagrado. No falta escritor (no hablo de estranjeros, que en este negocio no tienen derecho al asenso) que adopte y aun apoye estas criminosas falsedades, y con serenidad de ánimo los traslade a la posteridad como sólidas verdades. Tampoco faltan hombres seducidos de su particular interés y alucinados de su desmedida ambicion que se hayan abandonado a persuadir al público y aun a informar siniestramente a la Corte sobre el gobierno y poder que no tienen los indios de aquel reino».1

Mas, prescindiendo de las alusiones que encierran las palabras precedentes, por lo tocante a los defectos y vacíos que sobre la manera de escribir la historia se notaban desde hace ya tanto tiempo, concurrian varias otras circunstancias dignas de apuntarse. Desde luego, la ignorancia muchas veces absoluta y que hoy llega a parecernos increíble en que, aparte de la falta de propia preparacion, se encontraban los que trataron de las cosas de Chile y en jeneral de la América, respecto de las producciones de otros escritores y aun de los hechos mas culminantes sucedidos casi simultáneamente con ellos. La historia del descubrimiento mismo del Nuevo Mundo era casi un mito para los literatos de la colonia. La ilustracion notabilísima de Rosales no habia siquiera alcanzado a penetrar la verdad de los viajes de Colon, y por este estilo tantos otros sucesos de la historia americana que hoy han pasado a ser del dominio del vulgo.

La situacion especial de Chile, que en aquel tiempo le relegaba a un rincon del mundo, era por sí sola causal bastante para fomentar esta ignorancia. Un capitan español que vivió en Arauco a mediados del siglo XVII, hacia ya notar que las hazañas de los hijos de Chile, «aun para sus mismos projenitores, quedan sepultadas en olvido, por causa tan poco suficiente, como es el haberlas obrado en tierra tan remota». 2

Por otra parte, los que pretendian escribir tropezaban diariamente con que carecian de los medios para poder consultar las obras y manuscritos hoy mas comunes. El padre Fray Francisco Javier Ramirez se lamentaba de no tener a la mano la Descripcion del Obispado de Santiago de Fernandez

1 Prólogo a la Historia Jeográfica.

2 Desengaño y reparo de la guerra del Reino de Chile, pájina 78.

Campino, y el mismo Camilo Henriquez, ansioso de estudiar nuestro pasado, declaraba en el número tercero de La Aurora que don José Perez García shabia sido el único que hasta ese entónces tuviera la bondad de comunicarle sus papeles».

Añadiase todavia a esto las dificultades de la publicacion en un país que carecia de imprenta. «Pocas obras han dado a luz algunos criollos, decia desde su destierro de Italia el jesuita chileno don Felipe Gomez de Vidaurre; pero esto no ha sido por que no se hayan aplicado ellos a componer diversas, sino porque los inmensos gastos de la impresion fuera del reino, los han dejado en el olvido de manuscritos».

Pero aun mas poderosa que todas estas dificultades, eran las trabas que las leyes reales ponian a las libres manifestaciones del espíritu, y el deseo francamente manifestado de que los dominios de América se borrasen, si fuera posible, para el comercio y empresas de los estranjeros. Y como si hubiéramos de entrar en consideraciones de esta especie, nos estenderíamos demasiado, bastará a nuestro intento con que citemos unos cuantos hechos ocurridos a los que en este país trataron de escribir y publicar sus producciones.

A fines del siglo pasado, el padre franciscano fray Pedro Gonzalez de Agueros, despues de haber residido algun tiempo en Chiloé, hizo imprimir un libro en que daba ciertas noticias de los lugares que habia frecuentado; mas, la Corte de Madrid mandó en el acto suspender su circulacion, temerosa de que los estranjeros utilizasen algunas de esas noticias: persiguióse al autor, y hubo éste de presentar largos memoriales para demostrar que nada nuevo se contenia en aquellas pájinas. Por temor a estas persecuciones los autores no decian toda la verdad. Las miserias de los pueblos se callaban o cuando mas se manifestaban en representaciones secretas, que publicadas habrian escandalizado al mundo civilizado. Gonzalez de Agueros no se atrevió a hablar de la condicion verdaderamente horrible a que los habitantes de Chiloé se veian reducidos por disposiciones singularmente absurdas, y un gobernador de aquella provincia, don Lázaro de Ribera se estremecia solo de tomar la pluma para bosquejar tan triste situacion.

No tiene, pues, nada de estraño que faltase a los historiadores la iniciativa necesaria para emprender y llevar a debido término obras de esta especie, siendo así de notar que muchas de ellas fueron debidas a mandatos de un superior cualquiera. Cristóbal Suarez de Figueroa publicaba su libro sobre don García Hurtado de Mendoza por encargo de la familia de éste, para desvanecer el estudiado silencio de Ercilla, y Tesillo escribia por condescendencias con don Francisco de Meneses. Estas órdenes para consignar en forma ordenada los sucesos de la guerra de Arauco partieron en alguna ocasion de los mismos gobernadores del reino. Así, sábese que don Luis Fernandez de Córdoba habia hecho con este objeto gran acopio de materiales, de los cuales, segun parece, se aprovechó Diego de Rosales; Carvallo,

redactaba su voluminosa Historia en vista de un encargo oficial; y el último cronista español cuya obra publicaron mas tarde los hijos de los insurjentes a quienes con tanta pasion vituperara, el padre Fr. Melchor Martinez, compajinaba sus apuntes por órden tambien del postrer jefe realista.

Conviene que entremos en algunos pormenores acerca de este hecho singular porque nos ha de permitir conocer en sus detalles las dificultades con que, a pesar de tales mandatos, tropezaban nuestros antiguos cronistas.

Siendo comandante jeneral de la frontera don Ambrosio O'Higgins, el Gobierno superior de Chile dispuso que formase una descripcion circunstanciada del territorio ocupado por los araucanos; solicitando aquél a su vez que Carvallo le reemplazase en la tarea. «En obsequio suyo, dice éste, me sacrifiqué a la crítica y me constituí en objeto de sus desapiadados tiros».

Habiendo emprendido al fin la obra pidió al mismo O'Higgins, cuando era ya presidente, pasar a Santiago con el propósito de confrontar la historia que estaba escribiendo con los archivos del Cabildo, lo que, despues de muchos contratiempos, al fin mereció. Bien sea que allí no encontrase lo que buscaba, o que se convenciese que era necesario rejistrar otras fuentes, solicitó con ese objeto pasar a España, y aunque este permiso le fué concedido, O'Higgins opuso tales inconvenientes, calificando desde luego la proyectada obra de Carvallo de inútil «por su materia vulgar, escrita antes por otros escritores con acierto y actualmente por los abates Molina y Olivares,» que despues de muchas peripecias, un buen dia tomó la fuga y llegó a España precedido por los tremendos informes que el presidente habia escrito en su contra. Cuando arribó a la Península, segun él lo cuenta, habia copiado ya muchos papeles sueltos, y reconocido los archivos de Concepcion y Santiago, sin dispensarse trabajo ni gasto alguno; pero como comprendiese que en su obra existian todavía muchos vacíos, instó por que se le permitiese consultar algunos papeles en el Archivo de Indias, que entonces estaba ya creado, acompañando al efecto una lista de las piezas que deseaba examinar, que hoy podria parecer verdaderamente nímia.

Con el objeto de manifestar la seriedad de sus propósitos hizo imprimir un Prospecto de la historia que tenia entre manos, acompañándolo de la siguiente solicitud, cuyo proveido le fué al fin desfavorable, segun se verá. «Exmo. Señor: Don Vicente de Carvallo y Goyeneche, capitan del cuerpo de Dragones de Chile, ante V. E. con su mayor rendimiento, dice: Que Su Majestad por real órden de diez del Agosto de mil setecientos noventa y uno, le dió licencia por dos años para venir a esta corte a rectificar, con presencia de documentos existentes en estos Archivos, la Historia General de el Reino de Chile, que ha compuesto, y darla á la prensa. El suplicante se halla ya en este caso, y suplica á V. E. se sirva mandar se le ministren las noticias conducentes al asunto, que se hallen en el Archivo de la Secretería del cargo de V. E. La solicitud del suplicante no es sin ejemplar:

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