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Castaños, al frente de las primeras columnas de un ejército de 80,000 hombres. ¿Habria juntado á caso FERNANDO VII un cuerpo tan numeroso, á no haber estado muy cierto

de la lealtad de sus soldados y de todos sus vasallos?

Finalmente dirémosle : En 1820, declarasteis en un escrito público, que los mismos soldados que habiais podido sublevar, fueron los que temieron el embarcarse para la espedicion de ultramar. Luego la revolucion de 7 marzo 1820, ha sido solo hecha por los conspiradores y á provecho de los mismos.

La familia de O-Donnell, establecida en España, ha presentado el mismo espectáculo que la de Mirabeau al principio de la revolucion de Francia.

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Hemos visto que Josef O-Donnell destruyó el ejército de Riego, en los primeros meses de 1820, cuando la conspiracion de Madrid inutilizó sus esfuerzos.

El señor D. Cárlos O Donnell manda el ejército de la Fé en Navarra. El dia 1.o de setiembre último pasado, antes de entrar en campaña, escribió á su hermano, el conde del Abisbal, una carta que concluye con estas líneas:

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«

Quedamos aun cuatro hermanos, y acabamos de repartirnos entre la justicia y la maldad, entre el rey y » sus enemigos. Josef y yo nos hallamos felizmente en la >> clase de los súbditos fieles, y Alejandro y tú os habeis » vendido á la faccion regicida, compuesta de los hom>> bres mas despreciables y mas criminales. Nosotros de>> fendemos la causa de Dios, los derechos del trono

»

" y

» la verdadera libertad de la patria; pero vosotros defendeis la arbitrariedad, la inmoralidad, la irreligion...... Ojalá! querido Enrique, vuelvas un dia á tener mejor » modo de pensar

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CAPÍTULO VII.

Algunas contestaciones á las apologías de la revolucion de

España.

A las cortes, dice M. Bignon, * se debe el triunfo de

» la Europa sobre la Francia; la España sola es la que » ha traido la Europa á Paris, y la que ha vencido á Napoleon. Las puertas de Valencey se abren, FERNANDO VII » entra en España, los libertadores de España y de su rey » recibirán á su entrada singulares demostraciones de agra> decimiento. Sí, como Fernando entrara solo, como no » escuchara mas que los impulsos de su corazon; pero entra » rodeado de cortesanos. El nombre solo de constitucion los asusta ; entonces era posible modificarla un tanto, siendo » muy fácil proponerlo á la nacion, y hacer que lo consin» tiese. La justicia lo exigia del Rey, su política se lo aconsejaba, sus ideas personales lo inclinaban á ello, algunos hombres sabios unian sus voces á las de la justicia, » de la política, y de la misma conciencia del Rey; los >> cortesanos se oponen y vencen; ellos solos son oidos. La constitucion queda abolida, y hasta borrado su nombre.

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» El destierro, los calabozos, los presidios son el galardon » con que se premia á sus autores; los héroes de la inde«pendencia son mártires de la libertad..... »

Todo el discurso de M. Bignon en la sesion del 25 de febrero último, todo cuanto se ha dicho en las dos cámaras, todo cuanto se ha publicado en favor de la revolucion de España, no es mas que la repeticion, ó la amplificacion de las frases que acabamos de citar. Aquellos que habrán

Les cabinets et les peuples, p. 116.

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leido con atencion los testimonios relatados en las páginas antecedentes, habrán notado ya, que esos oradores y escritores quedan refutados por los hechos; vamos pues recordarlos.

A las cortes, dice M. Bignon, se debe el triunfo de la Europa sobre la Francia.

Las cortes no fueron reunidas hasta el 24 de Diciembre de 1810. Luego no son las cortes las que hicieron ganar la batalla de Baylen, y evacuar Madrid en 1808, no son las cortes las que en el propio año trajeron á la Romana con sus 10,000 soldados de las islas de Dinamarca á España; no son las cortes las que trataron con la Inglaterra, cuya alianza era tan necesaria á la España, pues que el general Moore estaba ya en España en 1808, y el duque de Welington en 1809; no puede en fin atribuirse á las cortes la batalla decisiva de Vitoria Vitoria, cuando ellas han tratado como enemigo al general Castaños, á quien, junto con lord Welington, pertenece el honor de aquella jornada. Por otra parte es notorio que el movil del heroismo de los españoles en la guerra contra Bonaparte fue la religion. Los obispos, los párrocos, los religiosos llamaban al pueblo á aquella lucha sagrada. La junta central, decia desde Sevilla en su proclama : « Españoles, vuestra Patria, vuestro Rey, vuestra Religion, vuestras esperanzas en otra mejor vida, que esta religion sola puede ofrecer á vosotros y á vuestros descendientes, todo está comprometido. Las cortes al contrario perseguian á los religiosos, echaban de su silla al obispo de Orense, y sus sesiones venian publicadas en un periódico. titulado el Robespierre español (8), para que no quedase duda de que se seguian en Cadiz las huellas de la asamblea atea y regicida de Paris.

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Hemos visto asimismo, por la relacion del oficial ingles ya citado (9), que el ejército Hispano-Ingles fue, desde 1811,

abandonado de todos los paisanos, y que solo quedaron los partidos de Mina, Porlier, y otros constitucionales. El pueblo español juzgó que ya no debia pelear por un gobierno que acababa de hacer una constitucion enteramente opuesta al objeto popular de la guerra. La convencion de Cadiz conoció por su parte, y con razon, que podia entenderse muy bien con la dinastía napoleónica. En marzo de 1811 *, las cortes reunidas en Cadiz, dice M. de Pradt, despacharon unos diputados á José Bonaparte, que á la sazon era dueño de la Andalucía, los que se detuvieron en Sevilla al saber la noticia de la batalla de la Albuera. Lord Beresford ganó esta accion al mariscal Soult, en 27 marzo de 1811. Si Bonaparte no hubiese retirado sus fuerzas de la península para hacer la guerra á la Rusia, y hubiese podido desquitarse de lo perdido en la Albuera, la Convencion española no hubiera dejado de mandar otra vez sus diputados para ofrecer su rendimiento al emperador. Estos hubieran podido decirle : cuando ¿A que fin continuamos haciéndonos guerra, estamos de acuerdo sobre los principios de la sociedad? Vos, en Francia sois el dictador de la revolucion, nosotros, en España somos sus senadores; nuestro objeto es uno mismo, y obramos ya segun vuestros intentos mientras que los frailes excitan al pueblo contra vuestros soldados, declarándolos hereges, nosotros estinguimos los frailes. Teneis vos al Papa prisionero, y nosotros hemos echado su nuncio. Nuestros amigos de Paris nos dicen que teneis dada la órden á vuestro ministro de la justicia, de preparar una ley contra los eclesiásticos que no quieran separarse de la iglesia de Roma (10), y aun reconoceros por gefe de la iglesia (11), y nosotros tratamos de volver ateo el pueblo español. Quedaréis

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Memoires historiques sur la révolution d'Espagne.

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satisfecho de nosotros, como lo estais de los convencionales que habeis llamado á vuestro senado y á vuestro consejo de estado, y nosotros quedaremos satisfechos de V. M. Desde que nos hemos vuelto filósofos sabemos que todo lo bueno consiste en disfrutar de la vida, y para ello tener autoridad y dinero ambas cosas podeis vos concedernos. Nosotros traduciremos las obras de Dupuy, Volney y de todos los materialistas de vuestro Instituto, y las pondremos entre las manos de la juventud española para sacrificarla á vuestras conquistas, como lo haceis con la juventud francesa (12). No hay duda que un tratado semejante se hubiera firmado un dia, á no haber sobrevenido la ruina del ejército frances en Rusia. Las cortes, seguramente, no hubieran logrado sujetar á tal punto la nacion española; pero la España no hubiera obrado aquella diversion de las fuerzas de Napoleon, tan útil, primeramente á la Prusia, luego á la Austria, y finalmente á la Rusia. La semejanza entre los principios que profesaban las cortes, con los que manifestaban los usurpadores de la España, habia bastado para hacer este pueblo inútil en la liga europea, como lo prueba el autor ingles ya citado.

Fernando, dice M. Bignon, entra con un séquito de cortesanos. El nombre solo de constitucion los asusta. Entonces era posible modificarla un tanto. Este séquito se reducia á los dos individuos que se habian encerrado con los príncipes de España en Valencey,, el duque de San Carlos, y el canónigo Escoiquiz su antiguo ayo y preceptor. Ni uno ni otro han influido en el gobierno interior de España desde el regreso de Fernando. El duque de San Carlos solo fue unos pocos dias ministro de estado, y los liberales españoles nunca le han achacado el haber determinado al Rey á desechar la constitucion de Cadiz. Hemos visto que las

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