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OBRAS

DE

D. ANTONIO APARISI Y GUIJARRO.

TOMO III.

ARTICULOS.

CON APROBACION ECLESIÁSTICA.

MADRID:- 1873.

IMP. DE LA REGENERACION, Á CARGO D. R. RAMIREZ.
Calle de los Caños, núm. 4.

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DOS PALABRAS.

No serán muchas más las que van á servir de portada humilde á este precioso tomo, donde se han recogido diligentemente los artículos de aquel hombre bueno, cuya muerte repentina privó á España de uno de sus mejores hi jos, y al que esto dicta de un queridísimo hermano.

Aparisi fué tambien periodista.

En el año de 1855 apareció LA REGENERACION, periódico modesto en su forma, pero ansioso de compartir con otros de más valía, el honor y los riesgos de una santa cruzada.

Conviene reproducir hoy, y en este sitio, algunos párrafos de aquel periódico, para el cual guardaba Dios la singular recompensa de poder contar un dia á Aparisi como el primero y más digno de sus colaboradores.

-«Sintiendo el mal que nos mata, nos acogemos al único remedio que puede salvarnos.

Desplegamos al viento la bandera católica, y en la medida de nuestras fuerzas trabajaremos sin descanso por el triunfo de los principios que constituyen la doctrina enseñada al mundo en el Calvario.

No es cierto que nosotros marchando por este camino sintamos, segun afirman los periódicos revolucionarios, que el pensamiento vuele por los horizontes de la ciencia, y llo

VI

remos lágrimas de sangre cuando contemplamos perdida la monarquía absoluta, triunfante la revolucion, y alzándose sobre su pavés al pueblo iluminado con los resplandores de la verdad.

Es que lo que los revolucionarios tienen por verdad, lo tenemos nosotros por mentira; es que lo que ellos llaman resplandores, lo llamamos nosotros tinieblas.

Por eso sentimos el advenimiento de la democracia; porque los triunfos de la democracia son los de la revolucion; la revolucion da en vez de la verdad el error, en vez de la la guerra, en vez de la libertad la esclavitud.

y

paz

Pero nunca jamás nos opondremos á los adelantamientos legítimos de la ciencia, ni tampoco á las aspiraciones de un progreso racional y positivo, ni mucho menos todavía á las medidas prudentes que mejoren de véras las condiciones del pueblo; que le moralicen, que le ilustren, que le enseñen sus deberes para que conozca después y sepa usar bien de sus derechos.

¡Lloramos lágrimas de sangre cuando contemplamos la pérdida de la monarquía absoluta!

Sí, cierto es que lloramos, pero tienen muy distinto orígen nuestras lágrimas.

Lloramos, cuando vemos los errores de una escuela abominable, desconocedora de la humana naturaleza, empeñada en que sea morada de placer la que no será sino mansion de dolores.

Lloramos, cuando vemos aspirar al bien despedazando los sacrosantos principios de autoridad, base esencial del gobierno de los pueblos.

Lloramos, cuando vemos que con mentidas promesas de un bienestar imposible se desenvuelven y avivan pasiones desordenadas, que roban al hombre con su imperio la tranquilidad del espíritu y el reposo de la conciencia.

Lloramos, en fin, cuando vemos combatido por los huracanes revolucionarios el Evangelio que civilizó al mundo, haciendo de la obediencia una cosa santa, de la abnegacion,

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