Imágenes de páginas
PDF
EPUB
[graphic][subsumed][subsumed][subsumed][subsumed][subsumed]

DE

ESPAÑA

DESDE LOS TIEMPOS PRIMITIVOS HASTA LA MUERTE DE FERNANDO VII

[merged small][merged small][merged small][merged small][merged small][ocr errors][merged small][graphic][merged small][merged small][merged small][merged small]

ES PROPIEDAD DE LOS EDITORES

[blocks in formation]

CAPITULO XX
LOS FRANCESES EN ESPAÑA
Proceder insidioso de Bonaparte

DE 1807 Á 1808

Situacion de España cuando Junot recibió órden de avanzar á Portugal.
-Entran juntos franceses y españoles.-Consternacion en Lisboa.-
Fuga del príncipe regente.-Se embarca para el Brasil.-Junta de go-
bierno.-Junot en Lisboa.-Mas tropas españolas en Portugal.-La
reina de Etruria es despojada de su Estado y enviada á España.-En-
tra Dupont en Castilla con nuevo cuerpo de ejército, y se sitúa en Va-
lladolid.-Penetra Moncey en España con el tercer cuerpo. -Declara
Junot en Lisboa á nombre de Napoleon que la casa de Braganza ha
cesado de reinar y que Portugal pertenece al imperio.-La marina es-
pañola se manda unir á la francesa.-Alevosía con que se apoderaron
los franceses de la ciudadela de Pamplona.-Modo insidioso de entrar
en Barcelona, y de tomar la ciudadela y Monjuich.-Cómo se hicieron
dueños del castillo de Figueras.-Cómo les fué entregada la plaza de
San Sebastian.-Proceder bastardo de Napoleon.-Alarma de la corte.
-Venida y mision de Izquierdo.-Vuelve á Paris.-Ultimas proposi-
ciones de Bonaparte.-Prepara nuevos ejércitos para España.-Murat
general en jefe de todas las fuerzas.-Penetra en la Península, y llega
á Burgos.-Cálculos y juicios de los españoles.-Medidas que Godoy
propone al rey para salir del conflicto.-No son aceptadas.-Medita
es adoptado el viaje y retirada de la familia real á Andalucía.-Dis-
posiciones para preparar la marcha.-Nuevos sucesos desbaratan sus
planes.

y

A nadie podia causar maravilla que un hombre de la desmesurada ambicion de Bonaparte, dominador de casi todo el continente europeo, acostumbrado á derribar antiguos imperios y crear nuevas monarquías y coronas, y á distribuir entre su familia las que á él parecia sobrarle; á nadie, decimos, podia causar maravilla que viendo este hombre las lamentables y míseras escisiones del palacio y de la corte española, y que, ciegos unos y otros, se postraban á sus piés solicitando á porfía su amistad y en demanda de proteccion y arrimo, hubiera echado una mirada codiciosa hácia esta hermosa region á que no alcanzaba todavía su dominio, y en que reinaba una dinastía de la cual una parte habia destronado, y cuya extincion podia calcularse que entraba en sus

planes.

[merged small][ocr errors]

ría y el dolo que no se perdonan á los hombres vulgares,
cuanto mas á aquellas eminencias sociales á quienes el poder,
el talento y la fortuna han encumbrado, y constituyen en el
deber de ser ejemplo de nobleza á la humanidad. Y sin em-
bargo así sucedió.

Dentro de nuestra Península las tropas francesas antes de
firmarse el tratado de Fontainebleau, único que podia autori-
ratificado, aun negándose el emperador francés á su publica-
zar su entrada; cumpliéndose por parte de España despues de
cion; sin ofensa de parte de nuestro pueblo, ni menos de
nuestros reyes y príncipes, antes recibiendo de estos Bona-
parte pruebas excesivas de sumision y testimonios sobrados
de desear su amistad; pendiente la causa de San Lorenzo que
milia; sin respeto á esta situacion, antes bien prevaliéndose y
traia desasosegados los espíritus y desconcertada la real fa-
aprovechándose de ella; á pesar de que el gobierno portugués
azorado con la presencia de las tropas francesas en Castilla,
creyó poder templar todavía las iras de Napoleon y alejar la
amenazadora nube, accediendo á lo que España y Francia le
habian pedido en agosto, mandando secuestrar todas las mer-
cancías inglesas, y obligando al embajador lord Strangford á
retirarse á bordo de la escuadra de sir Sidney Smith; no obs-
tante haber enviado á Paris al marqués de Mirialva con obje-
to de proponer el casamiento del príncipe de Beira con una
hija de Murat, gran duque de Berg; con todo eso, y sin consi-
deracion ni miramiento alguno, el general Junot que se ha-
llaba en Salamanca recibió órden ejecutiva de proseguir á
Portugal, aunque no contase con provisiones, pues un ejército
de veinte mil hombres, decia aquella, puede vivir en todas
partes, aun en el desierto. Hízolo así Junot y reunido en Al-
cántara con algunas fuerzas españolas que mandaba el gene-
ral don Juan Carrafa, penetraron juntos en territorio portu-
gués (19 de noviembre, 1807), llegando á Castello-Branco sin
encontrar resistencia. La falta de mantenimientos fué causa
de que franceses y españoles cometieran todo género de ex-
cesos en aquellos pobres pueblos y con aquellos infelices mo-
radores.

El 23 llegó la vanguardia del ejército invasor á la vista de
Abrantes, veinticinco leguas de Lisboa.

Hasta ese mismo dia no se supo de cierto en aquella corte
(descuido imperdonable!) la violacion de la frontera. Con no-
ticia que tuvo lord Strangford de la entrada de los franceses
en Abrantes, no obstante las apariencias hostiles de parte del

gobierno portugués, volvió á desembarcar, y reiterando al
príncipe regente los ofrecimientos propios de antiguo aliado,
le aconsejó que se retirara á los dominios del Brasil, donde
aun podria reinar con lustre la casa de Braganza. La resolu-
cion fué bien acogida, y el 26 de noviembre (1807) se publicó
en la capital el decreto anunciando la disposicion tomada por
el príncipe regente de trasladar su residencia á Rio Janeiro

1

hasta la paz general, y el nombramiento de un consejo ó junta de regencia para el gobierno del reino, dejándole, entre otras instrucciones, la de que procurara mantener el reino en paz, que las tropas francesas fuesen bien acuarteladas y asistidas, y que se evitara todo insulto que pudiera turbar la buena armonía entre los ejércitos de ambas naciones. El 27 se embarcaron los príncipes, y el 29 se dieron á la vela, coronadas las colinas y torres de Lisboa de un gentío inmenso, que con llanto en los ojos y el corazon traspasado de dolor contemplaba su partida hasta perder de vista el pabellon real, dirigiendo al cielo plegarias por su feliz viaje, no siendo menor la pena de la régia familia al considerar que dejaban el reino consternado, huérfano, y á merced de invasores extraños. A las nueve de la mañana siguiente entró Junot en la capital, acompañado de su estado mayor y de algunas tropas, y asegurándose de que la escuadra se habia dado á la vela, paseó orgullosamente las principales calles del pueblo, yendo luego á aposentarse en casa del baron de Quintella. Los gobernadores del reino pasaron á ofrecerle sus respetos: el recibimiento que les hizo no fué propio para atraerlos por la amabilidad, ni siquiera por la cortesanía.

Casi al mismo tiempo el general español don Francisco María Solano, marqués del Socorro, aunque no completa todavía su division, penetraba en el Alentejo y se apoderaba de la plaza de Yelbes. Sin embargo de ser un ejecutor de las órdenes de Junot, su integridad y desinterés hicieron su mando mas tolerable que el de los franceses. Por otro lado, en los primeros dias de diciembre, cruzaba el Miño el general don Francisco Taranco, con seis mil hombres de los diez mil que segun el tratado debian componer su division, y dirigiéndose por Valencia á Oporto, completó en esta ciudad su contingente con las tropas de Carrafa, que por Thomar y Coimbra habia ido á ocupar aquel puesto. Taranco señoreó sin obstáculo la provincia de Entre-Duero y Miño destinada á indemnizar á la casa de Etruria; con su prudente gobierno, con su templanza, su moderacion y su justicia se hizo acreedor á la gratitud y á los elogios de aquellos habitantes, y así lo han consignado para honra suya y de España los historiadores portugueses (1).

No se conducia del mismo modo Junot en Lisboa. Reforzado con las tropas que habian ido llegando, dueño de los fuertes, de los buques y arsenales, agregando á la junta de regencia el comisario francés Hermann, sin hacer gran caso de la autoridad legítima, comenzó por imponer al comercio un empréstito forzoso de dos millones de cruzados, y por confiscar los géneros ingleses que habian pasado á ser propiedad portuguesa, amén de los efectos y enseres mas preciosos de los palacios reales de que parecia haberse hecho dueños los generales franceses por derecho de conquista. Todavía, sin embargo, mantenia aquel pueblo alguna esperanza de que se respetaria su independencia, hasta que en la gran parada y revista que el 15 de diciembre dispuso Junot en la plaza del Rocío, y en que desplegó todo el aparato de su fuerza, vió enarbolar en la torre de San Juan la bandera tricolor, y saludarla con veinticinco cañonazos la artillería de todos los fuertes. Un murmullo general, signo de fermentacion y anuncio de algun estallido, se advertia en las masas populares. Creció la irritacion con motivo de haber preso en la tarde del mismo dia las patrullas francesas un soldado de la policía de Lisboa. El pueblo corria á las armas en tumulto, y el alboroto habria sido mas serio á haberse prestado algun hombre de resolucion á acaudillar la multitud. De todos modos no se sosegó sin sangre y sin víctimas, disparando en plazas y calles la artillería y fusilería. El pueblo conoció entonces la suerte á que le destinaba el dominador extranjero, y enmudeció enfrenado atesorando en su pecho rencor y sed de venganza (2).

(1) Accursio das Neves, tomo I.-En los Apéndices al tomo I de la Historia de la guerra de España contra Napoleon Bonaparte, escrita y publicada de órden de S. M., pueden verse las Instrucciones dadas por el príncipe regente de Portugal á la Junta de Gobierno, así como la proclama de Solano en Badajoz á 30 de noviembre, y la de Taranco en Oporto

á 13 de diciembre de 1807.

(2) El cardenal patriarca de Lisboa, el inquisidor general y otros prelados dieron una prueba lamentable de su debilidad, accediendo á las in

|

Napoleon, que, como hemos dicho, se hallaba á la sazon en Italia, que se mostraba muy eficaz para cumplir lo pactado en Fontainebleau en la parte que le convenia, así como lo quebrantaba sin miramiento ni reparo en lo que no se conformaba á sus recientes y siniestros designios, hizo intimar á la reina regente de Etruria que con arreglo á lo estipulado con España (de lo cual no se le habia dado siquiera conocimiento) se preparara á dejar sus dominios (23 de noviembre, 1807), que habrian de ser ocupados por tropas imperiales conforme al convenio, y á trasladarse á la Península española, donde el rey de Etruria su hijo hallaria el Estado cedido por España y Francia en equivalencia del que allí dejaba y se habia traspasado al imperio francés. Sorprendida y asustada la infanta María Luisa con tal novedad y tal intimacion, y sin medios para contrariarla ni resistirla, tuvo que resignarse y someterse á la suerte que se le habia deparado. Partió, pues, de Florencia con su familia (1.o de diciembre, 1807), y no habiendo hallado ni indulgencia ni consuelo en Napoleon, á quien se presentó y vió en Milan, prosiguió la desconsolada princesa su viaje á España, donde la esperaba ver que no la alcanzaban á ella sola los trastornos que empezaba á experimentar, sino á toda la familia real á cuyo arrimo venia.

A los pocos dias de esto, y siguiendo Napoleon su misterioso sistema y su tortuosa política, sin contar con el gobierno de España como estaba obligado á hacerlo por los artículos secretos del tratado de Fontainebleau, dió órden al segundo cuerpo de observacion de la Gironda, compuesto de veinticuatro mil infantes y tres mil quinientos caballos al mando del general Dupont, para que penetrara tambien en la Península. El 22 de diciembre llegó Dupont á Irun, y en principios de enero (1808) estableció su cuartel general en Valladolid, amagando seguir como Junot en direccion de Salamanca. En la altivez y dureza que mostró Dupont en Valladolid, en los desmanes que permitia á sus tropas, distaba ya mucho de conducirse como general aliado y amigo. Apenas él habia hecho alto en Castilla, y corria todavía el 9 de enero, cuando cruzó la frontera española otro tercer cuerpo de ejército, mandado por el mariscal Moncey, en número casi igual al segundo, aunque formado de soldados mas bisoños, trasladados en posta de los depósitos del Norte. Era el que se titulaba cuerpo de observacion de las costas del Océano, y dirigió igualmente su marcha á Castilla, tambien sin prévia anuencia del gobierno español. Y por si estos avisos no bastaban á despertarle, á los pocos dias, con motivo de haberse insertado en el Monitor de Paris dos exposiciones del ministro Champagny (24 de enero, 1808), y de indicarse en la última que los ingleses intentaban dirigir expediciones secretas hacia los mares de Cádiz, soltábase ya en el diario oficial la especie de que S. M. I. fijara su atencion en la Península entera.

Portugal recibió muy pronto el golpe terrible del desengaño. El 1.o de febrero se vió desplegar en Lisboa un ostentoso aparato militar. La artillería de los fuertes anunció con salvas la salida del general en jefe de su alojamiento, seguido de todos sus generales y estado mayor. Los regentes del reino nombrados por el príncipe Juan se hallaban en el palacio de la Inquisicion, lugar de sus deliberaciones, discurriendo asustados sobre lo que veian, cuando se presentó Junot, y les leyó el decreto de Bonaparte, en que declaraba que la casa de Braganza habia cesado de reinar, y que el reino de Portugal quedaba bajo su proteccion, debiendo ser gobernado en su totalidad á nombre suyo y por el general en jefe de su cjército. En su virtud extinguió Junot la junta de gobierno nombrada por el príncipe regente, formó otro Consejo bajo su presidencia, publicó otro decreto de Napoleon desde Milan, por el que se confiscaban todas las propiedades del patrimonio real y de los hidalgos que habian seguido la corte, y se imponia al reino una contribucion de 40.000,000 de cruzados (100.000,000 de francos): sacrificio irrealizable en reino de tan corta poblacion y riqueza, y que obligó á Junot á otorgar plazos y poner ciertas limitaciones para su exaccion. Aun las pocas tropas portuguesas que existian infundian á Junot des

sinuaciones de Junot para que publicaran pastorales exhortando á la sumision y obediencia al gobierno intruso.

« AnteriorContinuar »